Ese azul que nos rodea.
Azul que se enamora del cielo. Cuando está alegre, es incluso más azul.
Si está realmente de buen humor, puedes ver su interior.
Admiras los corales, la inmensidad de los bancos de peces y hasta la transparencia de las medusas.
Los rayos que se cuelan entre las ondas, a veces entonando una sarabanda, otras una giga que baila vestida de blanco.
Y cuanto más alejas la vista, más azul se vuelve.
El azul, si su amor está llorando, se vuelve gris. Ya no le podemos llamar "azul" aunque sea el mismo.
El gris crece cuanto más llora su amante. Como si quisiera tocarlo. Como si quisiera calmar su dolor.
Si su amante grita y silba de rabia, el gris ruge, y nada puede calmar su pena.
Y sin embargo, cuando decide acostarse el Sol y la luna prefiere dormir con él, los dos amantes se funden.
Ahora de color negro perlado de estrellas.
En el silencio de la playa, el negro ríe, canta y susurra palabras de amor en la orilla.
El cielo a veces llora plata con tanta felicidad.
Para, horas después, amanecer azul de nuevo unidos con un orgasmo dorado y rojo.
Brillante e inmenso azul que nunca está contento si no es azul.
Misterioso negro que se nutre de su lejano amante. Cómplice es la costa.
Cómplices son los astros.
Cómplice es el azul de sus ojos perdidos en el horizonte.
Cómplice es el azul.
Solo azul.
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