jueves, 27 de febrero de 2014

Moixet

Apareció una vez un gato negro.
Un pequeño felino de ojos grandes que escudriñan, con atención, la oscuridad del pueblo mallorquín.
Ojos que buscan algo distinto cada día.
Bigotes que huyen de la brisa marina, se esconden de la realidad encontrando la suya propia.
Pequeño gato, maullando débilmente bajo la luna.
Una sombra noctámbula que se transforma con cada movimiento, cada suspiro, cada mirada.
Y se acerca con cuidado, tanteando, olfateando el aire, si le llamas.
Podrías advertir que se siente como Firmin, absorbido en un mundo de palabras, escapando del silencio de la ignorancia.
Pero nunca llegarás a descubrirlo si no se deja. Y por eso, este es un gato especial.
El aura que le rodea no es más que el preludio de la fuga que contiene su corazón.
Corazón latiente, intenso, cuyo ruido es tan discreto que no rompe el silencio.
Pensamientos tan ordenados y naturales... protegidos en unos ojos grandes y oscuros.
Quién te tuviera en su morada, viéndote  jugar con tu ovillo de lana.
O acicalándote el pelo, preocupado por si te crece de la forma correcta.
Incluso, hacerte ronronear sería música, puede que la última cadencia de la fuga de tu alma inquieta.
Alma de poeta encerrada en tu cuerpecito, que sale al exterior y vuela de vez en cuando.
Lejos del pueblo mallorquín.
Libre.

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