miércoles, 26 de marzo de 2014

Sin destinatario

Querido Nadie:

Qué rabia no poder hacer otra cosa que escribirte. Ni siquiera sé si leerás algún día esta carta, pero en algún sitio tenía que soltar mi peso interior.

No te conozco, apenas un poquito que yo considero la punta del iceberg; no me conoces, ni siquiera aparentas interés. Ah, pero yo quiero indagar en ti, saciar mi curiosidad en ese mundo que escondes muy en tu interior, conocerte de verdad, y el que tú me conocieras me haría dichosa. Poder mirarte a los ojos sin miedo, o acercarme y saludarte para recibir una sonrisa, una simple sonrisa que me alegraría el día. 

Querido Nadie, no vacilo en mis palabras tanto como en mis gestos tímidos, por eso prefiero escribir. No vacilo si te digo que me inspiras y me fascinas. Siento que necesito dibujarte, trazarte con palabras escritas en una carta como esta; siento que escucharte es una serenata que disfruto hasta la última cadencia; y, además, siento que me reconforta cada conversación contigo como si fuera chocolate.

Me pregunto cómo será el tacto de tu pelo con mis dedos. El sabor de tus labios lentamente acompasados con los míos. Porque sí, te daría el beso más largo del mundo; me conformaría solo con eso, un lento beso plagado de caricias furtivas. O notar tu pupila clavada en la mía, beber de tu mirada como del único pozo del desierto...

Pero qué tonta soy, ¿no? Si nunca vas a leer esta carta. Y si la lees, nunca sabrás que eres tú mi querido Nadie. Una perla que no puedo recoger, está demasiado lejos. Es triste, porque a veces sueño que te encuentro en el fondo del mar y me susurras: "Te estaba esperando".

Por desgracia, las palabras no se expresan con valor si no llegan a su destinatario.
Atentamente,
una servidora.
Deambuladora de desiertos en busca del pozo, del fondo del mar en busca de la perla.

-La carta se arruga en las llamas de la chimenea y desaparece en un mar de cenizas-

sábado, 22 de marzo de 2014

Cualquier cosa

Ganas no me faltan de ser una simple flor.
Así, si paseas por el campo, quizá te detengas para observarme.
Puede que te acerques para olerme, y así yo poder besar tu rostro con mis pétalos.
O con ayuda de la brisa que los desprende de mi cuerpo.
Quisiera ser apenas esa leve corriente de aire que te rodea y te refresca.
Poder tocar tu piel levemente, sin miedo.
O susurrar en tu oído una melodía tranquilizadora.
Desprender el aroma de tu pelo y bailar con él.
A lo mejor... un pajarito no estaría mal.
Dedicarte una canción con mi canto y mis melodías.
Posarme en tu mano para picotear las migas de pan y sacarte una sonrisa con un gesto tan simple.
Hacerte compañía en tu paseo, quizá me hables de tus amores o me cuentes una historia.
No necesitaría ser más que un rayo de sol.
Para velar tu sueño sobre la hierba con mi calor e iluminar tu rostro para poder observarlo siquiera.
O un simple recuerdo en tu memoria, y así tener la oportunidad de estar realmente junto a ti.
Y averiguar qué escondes, qué me podrías tú decir.

martes, 11 de marzo de 2014

A flor de piel

Solo a mí se me ocurría llegar diez minutos antes que el tren. Cierto es que prefiero esperar a hacer esperar. Aquella ocasión también lo merecía, por supuesto no por mi aspecto. Iba vestida con unos simples vaqueros pirata, unas zapatillas y una camiseta de The Beatles blanca, prácticamente lo primero que encontré en el armario. Qué imbécil soy a veces, así es como NO se da una buena primera impresión.
Ocho minutos. Siete. Cinco. Dos... Las mariposas de mi estómago se desmayaban del agotamiento, el nudo de mi corazón se apretaba con fuerza y casi se me escapa un gemido de ansiedad al ver el tren esperado.
Apretando contra mi cuerpo la mochilita que siempre llevo encima, cuento las personas que salen del vagón más cercano. A medida que se vacía, mi labio se queja de dolor mientras lo muerdo, y grande es mi decepción cuando no le veo atravesar esa pequeña puerta que se cerraba. Nada más suspirar y aliviar los nervios, una voz me susurra en mi oído:
-Qué viaje más largo.
Me giré, llena de sorpresa, y le vi. Ahí estaba, a medio metro de mí, con su gran sonrisa, la piedra del mechero que prende el fuego de mi pecho; sus grandes ojos soñadores y su semblante alegre. Ni siquiera fui capaz de saludar. Simplemente extendí mi mano hacia su pelo, comprobando que era real al enredarlo en mis dedos; deslizarlos por su mejilla y descender al cuello, alimentándome de su tono de piel y del tacto de la misma.
Yo no soy capaz de mirarle a los ojos durante mucho tiempo, y más por miedo que por atrevimiento, tomé sus manos y las enredé por mi propio pelo. Soltó una risa, mientras lo acariciaba y me acercaba hacia él lentamente. Ahora sí, rodeé su cuello con los brazos, escondí mi cara en el hueco de su hombro, sucumbí en su aroma y susurré:
-Por fin te he encontrado

martes, 4 de marzo de 2014

Memorias

Te presento a mi cerebro.
Ese desconocido que vive dentro de mi cabeza.
Que me da la vida y puede darme la muerte, si así lo desea.
Que me enseña lo frágil que soy. 
Mi cerebro aprende por mí. Gracias a él, soy lo que soy.
Puedo ser lo que yo quiera cada día del año, y cada año, lo que sueño ser cada día.
Somos, además, la máquina perfecta.
Cada vez que me falta algo, mi cerebro me lo dice.
Y, también, es capaz de crear un vínculo simbiótico con mi corazón para amar u odiar.
Para anhelar siquiera un abrazo, una palabra, un beso, una caricia.
Mi cerebro sabe lo que me conviene en cada momento.
"Cuidado con el fuego, que quema".
Es como nuestra madre eterna.
También almacena nuestros grandes momentos en la vida.
Aquella vez que se te cayó tu primer diente.
La sonrisa de tu mejor amiga.
Los resultados inesperados de un control.
La voz de esa persona tan especial, susurrando un "te quiero" electrizante en tu oído.
El tacto de sus labios contra los tuyos.
Los planes de toda una vida, los nombres de todos tus hijos, y nietos, y amigos de todos ellos.
Pero el cerebro sabe perfectamente que, algún triste día, se debilitará y olvidará.
Olvidarás el nombre de la chica tan guapa que te cambia la ropa.
De dónde eres, dónde vives, a qué te dedicas.
De forma inminente, sin planearlo siquiera, olvidarás hasta quién eres.
Qué haces y por qué.
...
¿De qué estábamos hablando?
Y dime... ¿quién eres tú?