Ese desconocido que vive dentro de mi cabeza.
Que me da la vida y puede darme la muerte, si así lo desea.
Que me enseña lo frágil que soy.
Mi cerebro aprende por mí. Gracias a él, soy lo que soy.
Puedo ser lo que yo quiera cada día del año, y cada año, lo que sueño ser cada día.
Somos, además, la máquina perfecta.
Cada vez que me falta algo, mi cerebro me lo dice.
Y, también, es capaz de crear un vínculo simbiótico con mi corazón para amar u odiar.
Para anhelar siquiera un abrazo, una palabra, un beso, una caricia.
Mi cerebro sabe lo que me conviene en cada momento.
"Cuidado con el fuego, que quema".
Es como nuestra madre eterna.
También almacena nuestros grandes momentos en la vida.
Aquella vez que se te cayó tu primer diente.
La sonrisa de tu mejor amiga.
Los resultados inesperados de un control.
La voz de esa persona tan especial, susurrando un "te quiero" electrizante en tu oído.
El tacto de sus labios contra los tuyos.
Los planes de toda una vida, los nombres de todos tus hijos, y nietos, y amigos de todos ellos.
Pero el cerebro sabe perfectamente que, algún triste día, se debilitará y olvidará.
Olvidarás el nombre de la chica tan guapa que te cambia la ropa.
De dónde eres, dónde vives, a qué te dedicas.
De forma inminente, sin planearlo siquiera, olvidarás hasta quién eres.
Qué haces y por qué.
...
¿De qué estábamos hablando?
Y dime... ¿quién eres tú?
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